domingo, septiembre 07, 2014

0. Paula Wonka y el país del chocolate

El 31 de agosto de 2014, me desperté sin otra cosa que no fueran nervios, pero la verdad es que la situación era bastante mejor que cuando abandoné el nido por primera vez; bueno, fue mejor mientras me mantuve lejos de un aeropuerto porque ya se sabe que con mi "aeropuertofobia" incurable si algo podía pasarme, me iba a pasar.

Para empezar, el GPS del coche de mi padre, como suele suceder con estos aparatos, sufrió un ligero ictus por lo que llegamos justos para que me diese tiempo a todo y con poco tiempo me refiero a haber tenido la peor despedida de la historia, fue tan socorrida que casi tuve que gritar "Adios" desde el otro lado del arco de seguridad. 


Cuando una persona lleva prisa pueden suceder dos cosas:


1. Que tengas problemas. Ej Que te pidan que metas el equipaje de mano en el medidor de la compañia aérea y no quepa porque tiene un asa muy cabrona que sobresale, lo que equivale a tener que facturarla pagando sus consiguientes 75 euros de 2ª maleta.


2. Que tengas más problemas. Ej Que el arco de seguridad pite. 


Por suerte, ni tuve que pagar esos 75 euros, ni llevaba una bomba adosada al cuerpo, de la primera me libre por toparme con una azafata de tierra que simpatizó conmigo al contarle para qué iba a Suiza y de la segunda me libré porque se trataba de un cacheo aleatorio, lo cual desconocía que se hiciese.


Después de todo, sólo tuve que recorrerme todo el Prat de una punta a la otra para llegar a mi puerta de embarque mientras notaba como empezaba a orinarme. Decidí que lo mejor sería esperar a estar dentro del avión para hacer una visita al WC, pero, ¡mira qué bien, si me ha tocado asiento en ventanilla y una pareja que se quiere dormir al lado! Después de hacer de "stalker" durante una hora para ver si se despertaban o algo, me decidí aprovechando que repartían repostería.


Pisé suelo zuriqueño con la vejiga en su sitio y mi cabeza alborotada, y doy fe de que la puntualidad suiza hizo gala de su ausencia. Cuando aparecieron, me reconocieron ellos a mi y doy gracias porque a veces una puede ponerse 5 pares de lentillas y 3 gafas, que tiene la misma visión que un topo.

Me montaron en un enorme Wolkswagen que por su tamaño bien podría haber sido King Kong mecanizado y aprovechamos el viaje para conocernos. Resulta que no sólo eran una pareja guapísima, sino que eran encantadores, vamos, que de mayor quiero ser como ellos.

Me llevaron al Bed & Breakfast en el que iba a vivir un mes, para luego mudarme a un estudio a un minuto de su casa (sí, me ponen alojamiento propio por el tema de respetar nuestra intimidad, ¿a que ya les quieréis vosotros también? 

Mala suerte, están pillados) y casi me dieron ganas de llorar al ver la habitación tan bonita en la que me iba a hospedar. Yo, que pasé un año en una latica de sardinas que terminé por decorar con 3 pósters y llamarla hogar, con eso podía decir 
que vivía en la mansión de ensueño de la Barbie.
Por la tarde, conocí a G., mi pequeño terremoto emocional, con sus enormes ojazos azules escudriñándome desde la seguridad de los padres. Poco le costó romper el hielo cuando me bailó el "Ice, ice, baby". Repartí regalos a diestro y siniestro, todo el mundo estaba contento y luego tuve mi momento del día, nos sentamos a hablar sobre las nuevas condiciones debido a algunos cambios: todo para mejor. Todo era tan perfecto que casi tenía ganas de llorar y para cerrar el primer día con un broche de oro me llevaron al primer restaurante vegetariano del mundo, el "Hiltl" y de ese modo no sólo pude probar mil comidas vegetarianas que no había tomado antes, sino que me pude hacer a la idea de que nunca, nunca, iba a pagar por comer en un restaurante.

MORALEJA: La "aeropuertofobia" es incurable y comer fuera de casa en Suiza equivale a un suicidio monetario.


"Ice Ice, baby" - "Vanilla Ice"



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